Susana Pardo

AMPLIANDO EL HORIZONTE DE SUCESOS

Al comienzo del primer Manifiesto Surrealista redactado por André Breton en 1924, se describe al hombre moderno como un autómata al que se le ha despojado de su naturaleza creativa en pos del progreso y racionalismo burgués. Este individuo, inmerso en su tiempo, suspende sus aptitudes intuitivas y emocionales renunciando así al juego y la imaginación, de manera que se pueda abandonar en exclusividad al trabajo utilitario y provechoso dentro de la maquinaria industrializada, engrasada por la lógica materialista liberal de la vida cotidiana. Si en algún momento, este individuo descubre la farsa hacia la que ha sido dirigido, no puede dar marcha atrás, según Breton, porque ha vendido su cuerpo y su alma a la causa de las necesidades prácticas; si renuncia al pensamiento libre, a la ética y espiritualidad no dogmática o a perderse en la lucidez de los sueños y el misterio ¿qué le queda? El hombre se vuelve superficial en este estado, incapaz de reaccionar o entender, «bajo ningún pretexto sabrá percibir su salvación» en palabras de Breton.

Liberar la imaginación es liberar al cuerpo y al espíritu

Dalí. Retrato de Mae West, 1934-35

Hoy se sabe que nuestro cerebro activa las mismas áreas neuronales cuando rememora el pasado que al tratar de imaginar el futuro. Este inquietante hallazgo de la neurociencia pone de manifiesto que ambas acciones, la de volver la vista a nuestra memoria y rebuscar en lo vivido como crear y proyectar hacia el futuro, implican la construcción de un relato. En cierto sentido, esto constituye una amenaza, que se evidencia ante la incapacidad de calibrar hasta dónde estamos fabulando o inventando al recordar quiénes éramos y qué ocurrió años atrás; sin embargo, nos da una pista más de cómo actúa la biología en sintonía y a favor del movimiento y la transformación. Los individuos y las comunidades estamos en continuo proceso, no podemos escapar al viaje del devenir que hace saltar por los aires lo normativo, mueve constantemente los acuerdos éticos y morales y, desde luego, dificulta el frágil entendimiento entre objetividad y justicia.

Por tanto, del mismo modo que hemos de ser conscientes del proceso de aprendizaje y cambio que tienen lugar durante nuestra experiencia vital, parece imprescindible redimensionar la confianza en las certidumbres históricas y la fiabilidad de lo recordado a nivel personal. ¿Cómo diferenciar la verdad de la mentira? En el centro de esta confusión, se podría afirmar, con cierta reticencia, que la ficción o creación mental se erige como la única verdad, aunque no menos frágil, que se levanta sobre los pilares de la relatividad en un terreno de arenas movedizas. La duda se convierte en una compañera inseparable. La ciencia ha demostrado este escenario que los surrealistas vislumbraron hace un siglo, poniendo en valor la imaginación como ingrediente fundamental para ampliar el conocimiento y fundar nuevos mundos; una imaginación que, además, nos proporciona la posibilidad de aunar en un espacio holístico el pasado, presente y futuro.

La desventaja de la ciencia frente al arte es el ritmo de su método: para emitir sus hallazgos, los científicos han de observar, analizar, explicar, corroborar y concretar sus hipótesis en leyes; mientras que las propuestas artísticas apelan a la emoción, la intuición y la imaginación, estableciéndose cauces y fórmulas más directas e inmediatas capaces de generar preguntas, poner en duda la normatividad del momento, abrir el horizonte de sucesos a los diferentes planos de realidad y proponer alternativas.

El ritmo del arte acorta y simplifica el flujo favoreciendo la conexión del espacio-tiempo; se recompone la escisión que vive el hombre moderno, al que se le ha privado de su pensamiento y capacidades creativas para ser un cuerpo sin alma programado para producir. Es aquí donde el Movimiento Surrealista quiere incidir, en reconducir y estimular esta unión que conecte la humanidad con su pasado y el individuo sea capaz de restablecer el equilibrio entre inconsciente y consciente, cuerpo y psique, sueño y vigilia. Breton advierte de ciertas actitudes surrealistas en poetas y escritores del pasado y anima a la búsqueda, la investigación y la experimentación para acercarse a lugares que escapan a la lógica y los convencionalismos.

Solo desde la imaginación es posible la poesía.

Dora Maar. Sin título, 1934

Y la imaginación está ligada al inconsciente, disponible en cada ser humano, de ahí que los surrealistas pensaran que todo individuo es un poeta potencial. El término poesía deriva del vocablo griego poiesis que significa producción, creación, algo que parte del no-ser para ser o existir, ya sea mediante el proceso natural de procreación o por la aplicación de un conocimiento técnico o saber hacer. La poesía es, por tanto, el resultado o la cualidad de la acción de realizar, tal como la filosofía de la antigüedad griega describía, y se extiende, por definición, a todas las artes y actividades creativas capaces de convertir un pensamiento en materia. Poesía y arte van de la mano al transformar la idea en objeto, lo invisible en visible, o lo que es lo mismo, al arrojar luz al misterio.

 

Revista

A punto de cumplir un siglo de su nacimiento, es posible observar el enorme alcance de las ideas surrealistas, algo impensable en su momento porque la materialización plástica de su concepto de belleza no aparentaba ser tan rupturista o radical como otros movimientos de vanguardia (la abstracción o el propio movimiento Dadá, del que bebieron muchos de sus principios). Nació con ciertas restricciones; para empezar, su líder, André Breton, era autoritario y exigente, escribió varios manifiestos para fijar las normas de cómo había que romper las normas: una paradoja difícil de asumir por los integrantes del grupo. Admitía y echaba a placer a los artistas que él consideraba y, por si fuera poco, le tocó vivir el momento político más convulso y con mayores crisis: el período entreguerras estuvo marcado por la desigualdad social, el Crack de 29, el nacimiento de los fascismos, violencia, analfabetismo, pobreza y degeneración social.

Aunque el Movimiento Surrealista lo inician hombres del mundo de las letras, muy pronto es secundado por artistas plásticos que se agregan a este pensamiento con una actitud abierta y lúdica, desligada de cualquier finalidad concreta que no tenga que ver con la de satisfacer el propio deseo de experimentar; bucean tanto en el simbolismo y lo onírico como en la locura y lo oculto del inconsciente para esquivar al guardián racional; heredan del movimiento Dadá la aceptación del encuentro fortuito, la incoherencia, el azar y lo absurdo por medio de la asociación de ideas sin sentido ni condicionantes; hacen uso de la burla, la ironía y lo grotesco; inventan herramientas como la escritura automática, el cadáver exquisito o el método paranoico-crítico. Este fue el gran descubrimiento de Dalí, acogido por la comunidad surrealista con enorme aceptación; basado en las teorías del psicoanálisis de Freud y Lacan, «Dalí había encontrado en la paranoia el estado mental superior para desacreditar la realidad a partir de la interpretación delirante de la misma […] Mediante la aplicación del método paranoico-crítico, lo que Dalí buscaba no era sino transformar drásticamente la percepción y la comprensión de lo real». Dalí proponía actuar como un paranoico que, en su delirio, manipula su entorno para satisfacer sus deseos.

Dalí. Escenario

Desde los comienzos del Surrealismo, el objeto juega un papel protagonista, utilizado por su potencial simbólico y metafórico en todas las creaciones: poemas, collages, fotografías, películas y pinturas. Omnipresente, el objeto, o la asociación de elementos o materiales escogidos por su forma seductora, es tanto más alabado cuanto mayor es la inmediatez que produce su uso o realización, y la capacidad automática de sugerir una multiplicidad de significados.
La fotografía de objetos, como los ready-made de Duchamp, representan la trilogía surrealista belleza-encuentro-casualidad a la perfección. En ambos lenguajes se produce la unión entre el inconsciente pulsional (que satisface los deseos sin pensar en reglas preestablecidas) con el inconsciente óptico que proporcionaba la instantaneidad de la fotografía y el objeto encontrado (algo que la pintura o la escultura por la lentitud de su realización perdía las cualidades de ser un automatismo que no necesita pasar por el pensamiento racional).

La exposición “Objetos de Deseo. Surrealismo y diseño, 1924-2020”, en CaixaForum de Barcelona, pone de relieve cómo los ecos surrealistas llegan hasta nuestros días difundiéndose e impregnando nuestros espacios mentales y entorno físico sin aparente choque cultural: los mundos oníricos de Tunguy se convierten en el expresionismo abstracto de Pollock o las esculturas verdes de Gae Aulenti; no hay solución de continuidad entre los estados paranoides de Dalí y los paisajes oníricos del videoclip Utopía de Björk. El cine experimental y el videoarte conceptual beben directamente de Buñuel, Cocteau o Man Ray.

Björk, Utopia

Ruth Francken. Silla-hombre, 1970

Brazalete de pelo y anillo de terrón de azúcar, 1935-37

Observamos cómo de los objetos surrealistas y los ready-made de Duchamp se pasa sin rebelión al diseño de mobiliario o cómo el retrato tridimensional de la actriz Mae West de Dalí no solo son un adelanto de lenguajes artísticos como la instalación, el Pop Art o los Site Specific, sino que inspiran el diseño y la decoración de interiores; el diseño gráfico y la moda se ha visto ampliado desde aquellas fotografías del Vogue hasta los diseñadores de nuestro tiempo.

Marcel Duchamp. Tour, 1993                                                                                                                Gae Aulenti. Tour, 1993

A continuación, el poema de Manuel Granados describe el itinerario por el que el arte discurre hasta trasladarnos a su objetivo. La poesía es la manifestación de la voluntad del artista de avanzar, sin mapa, en el abismo de sí mismo; la creación artística es la materialización de una aventura para descubrir caminos y espacios más allá de la lógica. Aún en la tarea más objetiva de pintar un paisaje copiado del natural o en un retrato con modelo, el artista se enfrenta a un trabajo de introspección y búsqueda inconsciente que le lleva, la mayoría de las veces, a lugares inesperados y desconocidos, incluso para él mismo, cuyo descubrimiento procura un alimento real. Este es el estado de vacío que muchos artistas describen donde no se sabe qué está pasando, solo hay una apertura a las infinitas posibilidades que se presentan entre los estratos de la memoria dormida y cuyo conocimiento se conecta en una maraña sin lógica.

 

Te entrego lo que no busqué
lo abrazas con alivio
los márgenes se mueven y el devenir se hace soportable;
ciclos abiertos para el habitante de lo impermanente.
Acaricio la memoria imaginada
el nombre protege: llamo arte al arte,
alguien lo respeta
la semilla paciente espera su tiempo.
El poeta no renuncia y la conciencia crece.

 

Paradójicamente, a través del hedonismo materialista y el culto a la satisfacción de las pulsiones físicas, el pensamiento surrealista nos ha legado la profundidad de la mirada y la terapia de la imaginación; artistas posteriores recogen el testigo de experimentar con el sinsentido para adentrarse sin temor en los territorios inexplorados de la mente y el espíritu.

Gae Aulenti, Esculturas verdes

Front. Lámpara-caballo. 2006

Front. Lámpara-caballo. 2006

Iris van Herpen. Syntopia. 2018

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