Carlota Santabárbara

La pintura de Julia Dorado

Julia Dorado, nacida en 1941, a sus veintidós años se la consideró ya en Zaragoza como mujer artista y, por si fuera poco, además en un estilo vanguardista en ese momento: la abstracción. Y es que la fuerte personalidad de Julia produce admiración a quien la conoce, endurecida por la adversidad su rebeldía se basa sobre todo en haber conseguido alcanzar la definición de mujer artista en un mundo eminentemente patriarcal, el de los años sesenta y el del arte, donde además se posicionó frente al academicismo imperante en España en ese momento. Julia se opuso a él acercándose a un código plástico que iba más allá de la representación formal, una expresión artística que ha ido evolucionando a lo largo de su vida hasta llegar a un lirismo cromático que, aunque se nutre del expresionismo abstracto europeo en sus orígenes, lo ha sabido desarrollar de un modo muy personal.

Su formación fue en el ámbito académico de la pintura y el grabado, cursó estudios en la Escuela de Zaragoza y en Bellas Artes en Barcelona, aprendió el dibujo del natural en los estudios zaragozanos de Cañada y Rabadán. Llegó a dominar y sentirse cómoda con la línea como recurso compositivo, sobre todo en su etapa como grabadora en Barcelona, tanto en litografía como en calcografía, pero finalmente el devenir artístico le llevó a decantarse por el color y la negación casi absoluta de los contornos y el trazo lineal. Sin duda un acto de valentía y rechazo a la imposición academicista.

Su atracción por la abstracción vino estimulada en los inicios por Federico Torralba, entonces profesor de la Escuela de Artes de Zaragoza, que le ayudó a adentrarse en ese nuevo estilo. Aunque fue a raíz de la exposición de Ricardo Santamaría y Juan José Vera en 1961 cuando la abstracción le terminó de seducir como estilo que adoptó de un modo propio y personal que le permitió a su vez incorporarse al Grupo Zaragoza ya en 1963, lo que le llevó a participar de exposiciones colectivas hasta 1967 donde su informalismo se afianzó.

Su pintura se revela contestataria, donde manifiesta cómo la rebeldía creativa es necesaria para la supervivencia de la vida psíquica y así Julia ha encontrado en la pintura pura, llevada a la abstracción más absoluta, un modo propio de religión que le otorga sentido a su vida. Tal y como afirma la teórica francesa Julia Kristeva: “La felicidad no existe sino a costa de una rebeldía (re-vuelta). Ninguno de nosotros goza sin enfrentar un obstáculo, un interdicto, una autoridad, una ley que nos permita medirnos autónomos y libres. La rebeldía que aparece asociada a la experiencia de la felicidad es parte integrante del principio del placer”.

La fortaleza de Julia está forjada de una trayectoria vital dura, porque los enemigos hacen que levantemos muros, que nos afiancemos en nuestras convicciones, en nuestro camino, que luchemos con más fuerza si cabe, que alcemos la voz , gritemos a pulmón abierto, a veces a través del gesto, del color, la vibración de la luz, el contraste, y cierta violencia que emana desde dentro. La pintura de Julia no nos deja indiferentes, aunque no todos tienen la capacidad sensitiva de percibir la grandeza de las manchas, físicas y emocionales, que a la vez que cubren desvelan su esencia.

La balanza existencial en la que oscila el ser creativo de Julia hace que sea determinada, directa, de una franqueza estimulante, esa que tiene la verdad de quien ya no tiene tiempo para andarse por las ramas. Esa verdad tan honda que te toca el alma con los dedos. Y esa verdad viene reflejada en su pintura, una pintura que surge de un renacer constante. Julia se reinventa constantemente en cada etapa, en cada momento vital,  cuando vivió en Paris, en Barcelona, en Parma o en Bruselas, acompañada siempre por esa necesidad, esa pulsión vital que emanan los neoexpresionistas alemanes, los llamados «Die Neue Wilden» (Los Nuevos Salvajes). Se trata de la necesidad que hace que el gesto impere dominando la mirada de la autora y del que mira, porque al mirar sus cuadros debemos ver más allá del color.

En el diccionario de artistas aragoneses su estilo es descrito como una “constante extremadamente sencilla y poética a la vez: una escueta geometría como fondo invadida o diluida por manchas de color a modo de nebulosas, sugiriendo y creando siempre un espacio pictórico de gran sentido plástico mediante una textura plana y evanescente”. 

Pero no nos podemos quedar con meros análisis formales interpretativos, la obra de Julia va más allá, exige al espectador un diálogo, no sólo que observe una imagen sino que establezca una relación con el ser creador, con la fuerza generadora de esa expresión. Sus obras son espejos en el sentido más freudiano, por lo que la realidad artística que percibimos trasciende de la realidad externa que vemos para adentrarse en aquello que se resiste a ser explicado descriptivamente, cuya significación sobrepasa lo verbal para alcanzar lo emocional a través de la imagen. En esta exposición Julia nos presenta sus pinturas más actuales, impregnadas de una fuerza exultante. A pesar de que pronto dejará de ser septuagenaria, Julia no presenta en esta exposición una retrospectiva, ya la hizo años atrás. Julia está en una nueva etapa, de hecho cerrándola, sabe que forma parte de un ciclo pictórico que está terminando y que aquí se muestra como testimonio de su constante reinventarse. Julia nace de las cenizas como el ave mitológica que surge de la destrucción y cuando parece que estaríamos ya en el otoño creativo de esta artista aragonesa, nos encontramos con una pintura llena de energía, de carácter, de fuerza.

En palabras de la que es considerada la última artista del expresionismo abstracto americano: Agnes Martin, “todo puede ser pintado sin ser representado”, por lo que se deduce que esa abstracción lírica de Dorado lleva implícita una sintaxis poética personal que puede prescindir de la representación formal de la realidad para materializarse en arte, en un arte lleno de sinceridad plástica.

 Martín Heidegger decía que “la obra de arte está esencialmente relacionada con la verdad”. En este sentido la obra pictórica de Julia Dorado podríamos decir que es pura verdad en el sentido de que revela entidades de su propio ser, se trata de lo que el filósofo alemán llama “desocultamiento”, (Unverborgenheit), donde la pintura no tapa, a pesar de la densidad matérica, sino que nos deja ver a través de ella lo que hay detrás, que no es otra cosa que el alma de Julia.

“La esencia del arte, en la que residen a un tiempo la obra de arte y el artista, es el ponerse a la obra de la verdad” y por lo tanto “ la eficacia de la obra no consiste en el efecto que produce. Consiste en un cambio que tiene lugar a partir de la misma obra del desocultamiento del ser”.

De hecho, si nos adentramos en su proceso creativo vislumbramos cómo la pintura de Julia Dorado prescinde de dibujos preparatorios y de pinceles, parte de una relación mucho más íntima con el cuadro, sin preámbulos, preparando las telas en tonos de color que le incitarán a un proceso de manchado de la superficie, colocada en horizontal, para ir tapando con ligeras capas de pintura acrílica muy diluida…, pero no para colorear sino para crear campos cromáticos que irán construyendo la composición. Podría considerarse casi acuarelista, pero va más allá, busca la opacidad, la luz, la transparencia, porque a la vez que va tapando con las manchas de color, también va desvelando lo que se deja entrever.

Tras el proceso de ocultación de lo que subyace podemos apreciar un haz de luz en la distancia, en la profundidad del cuadro, como si se intuyera una perspectiva casi indescifrable que se proyecta hacia nosotros para dejarnos ver ese brillo que emana julia cuando nos mira fijamente, esa luz intensa de un ser creativo por todos sus costados, poliédrica, que ha trabajado sobre papel, sobre lienzo, con pintura, con grabado, con collage…, que no entiende la vida sin arte, ni el arte sin vida, y cómo esas pupilas vibrantes nos dicen que está viva, muy viva, y que le queda todavía mucho arte, mucha verdad por contarnos.

La pintura de Dorado se ha convertido en un proceso creativo en el que algunas obras de etapas anteriores consiguen sobrevivir a su mirada crítica y otras simplemente desaparecen bajo capas de pintura. Les da una nueva oportunidad, reinterpretándolas. El reciclaje está presente, no sólo en sus materiales, como es el caso de los collages que desarrolló en los años 90 (y que se pueden ver en el discurso curatorial de la exposición) sino también en el propio proceso de creación, donde antiguos cuadros, compañeros de viaje, quedan ocultos y escondidos en una nueva etapa vital, en nuevas capas de pintura, buscando ese afán comunicador que habían perdido.

En palabras de Julia: “les das oportunidades, haces rectificaciones, el cuadro tiene la oportunidad de decirme si la imagen que yo veo del cuadro me comunica o no”, se trata de un diálogo constante entre el cuadro y ella, de constantes miradas críticas y revisiones hasta que un día les permite vivir o simplemente resucitar de la destrucción hacia una nueva vida plástica, una nueva obra.

La pintura le proyecta hacia la tela, es como un desdoblamiento de sí misma, forma parte de una necesidad plástica, de sacar aquello que oprime la boca del estómago y plasmarlo fuera de su presencia corpórea para trasladar su propia esencia a un espacio pictórico que se convierte en acto creativo, una acción llena de valentía frente al vacío del lienzo.

 En Julia Dorado el color domina su pintura, la emoción expresiva se manifiesta mediante recursos gestuales y sobre todo cromáticos, que le permiten adentrarse en un mundo más íntimo, emocional y visceral. Idea sobre el color que ya desarrolló a principio del siglo XX Kandinsky: “sobre el alma. El color es la tecla, el ojo el macuto, y el alma es el piano con sus cuerdas. El artista es la mano que, mediante una u otra tecla, hace vibrar adecuadamente el alma humana.”

Además, ella nunca pinta sobre blanco, pinta sobre color, encola las telas con pigmentos, tostados, ocres, rojizos y grisáceos, pero no parte de la nada. Porque la vida no es blanca,  inmaculada, parte de la mancha, de un tono cromático que es su esencia. Julia impregna a través del movimiento, de la acción, imágenes que busca, casi a tientas con las manos, desplazando su cuerpo por todo el lienzo para extender la pintura, una superficie que colocada de manera horizontal le permite deslizarse, el gesto de todo el torso y el alma que se proyecta en el lienzo como una pulsión íntima, una necesidad vital. Porque Julia transmite vida, fuerza, energía, valentía, todo ante la pintura, que es ella misma, pero también hacia su realidad personal.

La construcción pictórica de sus cuadros se basa en capas de pinturas, tapando todo aquello que está debajo, pero también desvelándolo. Se trata de una pintura que necesita de unos tempos determinados, regidos por la mirada crítica de Julia que hace, rehace, repinta y tapa sus obras impulsada por una fuerza creativa que le lleva a plasmar su mundo interior, un mundo lleno de luces y sombras. Roland Barthes definió como “el temblor del tiempo” la huella que deja el gesto del artista que pinta y borra al mismo tiempo, y ese signo, o mancha de color, que en el caso de Julia, puede significar algo o no transmitir nada más allá de su propia materialidad.

Julia se enfrenta con gran intimidad a sus cuadros, como si fuera el acto de amar, donde la pasión y la emoción se mezclan con el coraje de una personalidad muy fuerte, que se ha crecido ante las dificultades. A esto se le suma que no se puede negar cierta violencia en la energía pictórica que desprenden sus pinceladas, brochazos, manchas, las cuales responden a una necesidad que trasciende de lo puramente estético o plástico para alcanzar lo vital. En cada lienzo el acto de pintar se hace visible, dejando latente la batalla entre sus causas y consecuencias.

 Ese primer impulso surge de un proceso psicológico, o tal vez más visceral, de necesidad de proyectar en el medio artístico un estado mental, emocional. El momento creativo está impregnado de gran concentración y emotividad, es como el acto de vivir,  si no sale bien, hay que tapar, insistir. Se trata de la intensidad con la que Julia vive, porque sus cuadros son su modo de vivir, de sentir, de expresar, llenos de pasión y de intensidad. Tal y como define el filósofo e historiador británico Collingwood: “ (…) dado que la naturaleza humana está compuesta por la razón y la emoción, el punto en que la razón se desvanece coincide con el dominio absoluto de la emoción. El arte estimula y apela a la emoción como tal, su principio rector son las pasiones, (…), por tanto, la experiencia estética es una anarquía psicológica, una orgía de desorden.”

En la obra de Julia existe una emoción o motor que incita a iniciar ese proceso de creación, un proceso que va encaminado a través de un esfuerzo físico y emocional, pero el resultado es algo completamente impredecible, imprevisto, que no parte de una imagen preconcebida o generada en la mente, sino que se trata de un proceso temporal de afinado, modificación, experimentación y diálogo con la pintura, hasta que finamente la imagen en una dialéctica constante le devuelve la mirada de aquello que quería decir.

 En esa expresión hay un desvelo, una desnudez, que nos impregna de un gran respeto, por el coraje de mostrarse a estómago abierto, tal cual Julia es. El objetivo de la expresión, según Collingwood “es el conocimiento de uno mismo”, aun a riesgo de que no le guste a la audiencia, porque Julia hace mucho tiempo que dejó de mirar hacia fuera, ya sólo mira hacia dentro, por lo que su pintura no puede ser más auténtica, más profunda.

En toda su trayectoria artística Julia siempre ha caminado junto a Pablo Trullén, su marido, con el que ha vivido por todo el mundo, estimulando a Julia en su producción, exposición y crecimiento. Pablo, filólogo y compañero, la ha reconciliado con la vida, pero también ha sido esa mirada crítica que acompaña, que no por contener amor ha de ser condescendiente, y que ha provocado en Julia esa capacidad increíble que tiene de crecerse, de hacerse grande, de demostrar que su pintura es su vida y que seguirá pintando mientras respire.

Finalmente quisiera concluir con una reflexión personal, ya que no resulta ser casualidad que las tres mujeres que escribimos en este catálogo hayamos sido encomendadas de algún modo, no sólo a visibilizar sino también a tomar el testigo de la lucha de una mujer en un mundo dominado por la autoridad patriarcal, donde tenemos el cometido vital de alzar la voz y gritar que estamos aquí, que debemos seguir creando obras de arte, producir cultura y participar del arte, los libros y la crítica, desde la sororidad. Que le debemos a Julia como generación sucesora el deber de seguir caminando con la cabeza bien alta, a pesar de que a muchos les pese. Julia, que ya va rozando las ochenta primaveras, se siente en la misión de darnos ese legado: una rebeldía que forma parte de vivir a pesar de la dureza de las circunstancias, y un cierto sentido de que debemos agradecer a todos los que se interponen en nuestro camino porque nuestro empeño es aún mayor que antes, porque como buenas aragonesas, mujeres, llenas de vida, ante la dificultad nos crecemos, ante la oposición nos llenamos de coraje, y de eso sabe mucho Julia Dorado, que además de ser una gran artista, es mujer artista, abstracta y rebelde.

Lugar: La Lonja, Zaragoza

Fecha: 4 de Octubre al 6 de Enero de 2019

Fotografías: Santiago García Lázaro

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