EL ÁLBUM DE FOTOS DE NAN GOLDIN
Mónica Yoldi López
EL ÁLBUM DE FOTOS DE NAN GOLDIN
Michel Tournier en su relato “Los sudarios de Verónica” (El Urogallo. Madrid, Alfaguara, 1988.) narra la relación de una fotógrafa (Verónica) y su modelo masculino (Héctor). Verónica fotografía a Héctor veintidós mil doscientas treinta y nueve veces para terminar realizando lo que ella llama fotografía directa que consiste en renunciar a la cámara, sumergir al modelo en revelador y envolverlo en una tela fotosensible; el tejido recoge la huella del cuerpo del modelo que queda registrada con un baño de fijador. La tela actúa a modo de sudario, pues envuelve un cuerpo que transpira líquidos fotográficos, y la marca que presenta evoca la Verónica, la Sábana Santa y, por extensión, la muerte. Verónica parte de lo vivo para llegar a la muerte, «fotografía» una persona viva para obtener una imagen que sugiere el fin y que por su condición de estampa imprecisa parece atenuarse poco a poco. Los sudarios de Verónica son una huella borrosa que amenaza con hacerse cada vez más difusa, como determinados recuerdos.
Cuando a Nan Goldin (1953) la imagen de su hermana mayor, fallecida en 1965, comenzó a desvanecérsele decidió fotografiar a sus amigos para mantener vivos los recuerdos y evitar el olvido. Barbara Holly Goldin se había suicidado cuando tenía 16 dieciséis años; este hecho provocó que Nan Goldin dejara el hogar familiar y se refugiara en ambientes alternativos pertenecientes a la subcultura urbana. En este contexto es donde esta artista comienza a desarrollar su trabajo.
Desde finales de los sesenta Nan Goldin elabora un peculiar álbum fotográfico de la gente que le rodea. Su intención es documentar la realidad, su realidad, un modo de vida alejado de las convenciones que se abre un hueco en una sociedad que, todavía hoy, parece que no acaba de aceptar determinadas conductas. Uno de los objetivos principales de esta creadora es demostrar que las instantáneas de la vida no sólo se componen del lado amable y nostálgico de nuestros álbumes de fotos. Heroinómanos en fase terminal, escenas de prostitución masculina o enfermos de SIDA son algunas de las imágenes de su álbum de fotos. El dolor, la enfermedad, la escatología, el lado más brutal y descarnado de la vida queda registrado por Nan Goldin. Si los sudarios del cuento de Tournier eran «como un friso fúnebre y obsesivo (…) Uno creía estar ante una serie de pieles humanas arrancadas y luego colgadas» (El Urogallo. Madrid, Alfaguara, 1988. Pág. 180), las fotografías de
Nan Goldin muestran un cuerpo atacado, desfigurado y sufriente. Lo físico, vulnerable y dependiente es en la obra de esta fotógrafa sinónimo de realidad; la imagen del ser humano que Goldin presenta habla de su presencia y posición en el mundo. Al retratar a amigos suyos desahuciados, como la actriz y escritora Cookie Mueller muerta de SIDA en 1989, esta norteamericana registra el camino hacia la muerte y hace del fallecimiento algo presente que compone otra cara más (la última) de la vida. Cabe destacar que Nan Godin no se conforma con una instantánea, toma fotografías de los mismos modelos durante años, en un intento de tratar de capturar la infinidad de situaciones, matices y facetas que configuran a cada individuo. Así muchas de sus series son producto del trabajo de más de veinte años, pues Nan Goldin elabora diarios visuales que nos aproximan a lo personal, a las relaciones, a la identidad y, en definitiva, a la condición humana.
Sus amigos, sus viajes, sus amantes, ella misma, componen un inmenso fresco en el que no existen los límites entre lo correcto y lo incorrecto. Para Nan Goldin todo es fotografiable, se olvida de los tabúes sociales incluyendo escenas del ámbito más privado e íntimo. Sin ánimo voyeur, el trabajo de Nan Goldin se convierte en un archivo de imágenes que evidencia la existencia de la propia artista y la de los que le acompañan. Fotografía exactamente aquello que ve, sus instantáneas no están preparadas. Un ejemplo de ello es la serie Los años de Boston realizada entre 1969 y 1974 que muestra la relación de Nan Goldin con el mundo de las drag queens. Por aquel entonces la artista coincidió con Philip-Lorca Di Corcia, Mark Morrisroe, Jack Pierson y David Armstrong, todos ellos fotógrafos que pasaron por la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston.
David Armstrong introdujo a Nan Goldin en un local frecuentado por drag queens y travestis llamado
The Other Side. La fotógrafa compartió casa con dos drag queens y durante el tiempo vivido con ellas realizó un trabajo que da fe de su interés por el mundo de la moda y del cine (las drags emulaban con sus trajes y maquillajes el glamour hollywodiense), y que aborda temas como el género o la orientación sexual. Su álbum no es un álbum al uso; cargado de fuerza emocional y visual su trabajo incluye su adición a las drogas y posterior desintoxicación (57 días, 1988), así como los malos tratos sufridos por la artista de manos de uno de sus amantes (Nan un mes después de ser golpeada, 1984). Una de sus obras más conocidas es La balada de la dependencia sexual, que toma su nombre de una canción de compuesta por Bertolt Brecht y Kurt Weill para la ópera de Los tres peniques. Iniciada en 1981, La balada de la dependencia sexual está integrada por un conjunto de diapositivas en las que tanto Nan Goldin como sus amigos aparecen en diversas situaciones: haciendo el amor, en la ducha, en una fiesta.
La artista enseñaba su montaje en locales neoyorquinos relacionados con la cultura punk y rock del momento como el Mudd Club o el Tin Pan Alley. Nan Goldin ha ido añadiendo imágenes a La balada de la dependencia sexual, que en la actualidad se compone de más de 700, y variando la música que las acompañaba. Asimismo realizó una versión para cine que se pudo ver en 1986 en los festivales de cine de Edimburgo y Berlín. En 1995 confeccionó junto a Edmund Coulthard un documental sobre su vida titulado Yo seré tu espejo que fue premiado en la edición de 1996 del Festival de Cine de Berlín. La crudeza de sus imágenes la relaciona con Diane Arbus y Larry Clark quienes han centrado su obra en lo marginal, lo desclasado y las situaciones extremas. Pero Nan Goldin no sólo capta eso que algunos autores han denominado realismo sucio, sino que sus instantáneas también incluyen los actos más cotidianos como por ejemplo dormir. Andy Warhol, Sophie Calle y, más recientemente, Maarit Hohteri o Sam Taylor-Wood han filmado y fotografiado gente durmiendo, en un intento de recoger
ydocumentar la vida en todas y cada una de sus facetas, desde las más comunes a las más secretas. La inmediatez que desprenden las imágenes de Goldin hace que el espectador olvide que entre él y la fotografía que observa haya un intermediario: un artista que ha tomado previamente una instantánea y la muestra. La obra de Nan Goldin es directa y concisa, pero no por ello está falta de emoción e intimismo.
Goldin evita lo sentimental pero sus fotografías hablan del sufrimiento y de la soledad. También versan sobre el erotismo, el amor y paso del tiempo, y aquí la artista coincide con el fotógrafo japonés Nobuyoshi Araki con quien en 1994 realizó un proyecto llamado Tokio Love sobre adolescentes en la capital nipona. La producción de Nan Goldin evoluciona y varía según los derroteros que tome su vida, aunque continúa centrándose en las personas de su círculo más próximo. En la actualidad vive entre Nueva York y París y, si la luz artificial de los espacios interiores era característica de la obra de Nan Goldin, en los últimos años, concretamente a partir de 1997, la luz natural ha entrado a formar parte de su trabajo; paisajes neblinosos, sosegados y silenciosos abren una nueva vertiente en sus fotografías, más espirituales y evocadoras. Premio PhotoEspaña 2002, esta fotógrafa de la vida ha paseado su cámara por ciudades como Londres, Bangkok, Berlín o París y ha contado con la colaboración de la cantante Bjórk en su obra Latido del corazón. El particular álbum de fotos de esta artista actúa a modo de espejo de la realidad; como en el cuento Tournier, Nan Goldin fotografía su entorno veintidós mil doscientas treinta y nueve veces para poder comprenderlo, penetrar en él y, sobre todo, no olvidarlo.