PARA QUE EL ESCENARIO COBRE SENTIDO

Susana Pardo

PARA  QUE  EL  ESCENARIO  COBRE  SENTIDO

El reflejo de lo invisible, IAACC, IAACC Pablo Serrano, Exposición, Pintura, Escultura, Videoarte, Videoinstalación, Zaragoza, Silvia Castell, Rosa Gimeno, Asun Valet, Susana Pardo

[…] No creo ni en aquello que puedo tocar, ni en aquello que puedo ver. Solamente creo en aquello que no puedo ver, pero que siento. […] ¿Queréis escribir acerca de mí? Mi lenguaje pictórico es indeseable, hecho con los dialectos más miserables, vulgar y muchas veces sutil, así como en el fuego del alfarero suelen mezclarse o separarse los elementos contrarios. […] Soy amigo silencioso de quienes sufren en el campo yermo. Soy la hiedra de la eterna aflicción, que se prende del muro leproso detrás del cual esconde la humanidad rebelde sus vicios y virtudes.

G. Rouault (Fragmentos, 1926-1945)

Mirar es un acto que trasciende la mera captación de la superficie visible del mundo. Implica un proceso profundo de atención y compromiso intelectual, donde la mirada se convierte en una herramienta de análisis y desciframiento. Mirar es pensar; es decodificar los símbolos que estructuran la realidad y penetrar las capas de significado que subyacen a lo observado. Sin embargo, la realidad que enfrentamos está a menudo conformada por lugares, hechos, personas y circunstancias que preferimos no reconocer —efectos del horror, de la injusticia o de traumas colectivos—, y es precisamente en esos paisajes perturbadores donde ver es un desafío en el que se sale perdiendo, y lo aconsejable es cerrar los ojos para sentir desde adentro. Estos escenarios no solo se nos presentan, sino que nos devuelven la mirada1, interpelándonos como observadores. La mirada ya no es simplemente nuestra; el paisaje adquiere su propia agencia, transformándose en un sujeto que dialoga o incluso cuestiona al ojo que lo contempla. En esta tensión, lo real emerge como imagen resultante de esta interacción activa entre el observador y lo observado; una imagen o representación que no es simplemente un reflejo pasivo, sino una construcción creativa que deviene en arte.

Y esta es la cuestión, ¿Cómo podemos mirar de frente el dolor, la enfermedad, la locura, la injusticia y la reclusión? ¿Cómo hacer visible el abandono, el deterioro, la desaparición y la muerte, sin sufrir los mismos estragos ni desfallecer en el intento? ¿Cómo sostener la mirada ante lo más terrible o abyecto del mundo y dar testimonio de las experiencias oponiéndose al olvido? El filósofo francés Jacques Rancière, en su obra «El reparto de lo sensible»2, argumenta que el arte tiene la capacidad de reorganizar la percepción y redistribuir lo visible e invisible en la sociedad. Es en este sentido, que las artistas Patricia Gómez y M.ª Jesús González realizan sus proyectos, con la fuerte convicción de que todo puede y debe ser mostrado porque otro mundo es posible. Una idea que les impulsa a crear belleza transformando lo degradado y corrupto en una nueva realidad, cargada de sensibilidad y energía. En palabras de Rancière, sus piezas son intervenciones políticas que no solo documentan realidades pasadas, sino que, además, visibilizan a quienes han sido excluidos de la narrativa oficial y operan como un manifiesto ecologista de reparación y renovación de la memoria: reciclan lo desechado e inservible, dándole el valor que merece al convertirlo en objeto artístico al servicio del espectador.

Las artistas Patricia Gómez y M. Jesús González han desarrollado una práctica artística centrada en la exploración de la memoria colectiva e individual a través de la intervención en espacios cargados de historia, donde los rastros materiales y simbólicos son rescatados y recontextualizados. Este enfoque combina elementos de la arqueología, la documentación histórica y la estética del deterioro.

Uno de los elementos clave de su trabajo es la tensión entre la materialidad del objeto artístico y la fragilidad de lo que representa. La decisión de trabajar en los lugares específicos donde se acumulan vivencias y experiencias “otras” —prisiones y psiquiátricos abandonados, casas en ruinas, barrios a punto de ser demolidos— conecta con una tradición en el arte contemporáneo que busca dialogar con los vestigios del pasado para replantear la relación del presente con la historia. Se sirven de los lenguajes visuales como la fotografía, el vídeo, 

el archivo o la instalación; sin embargo, lo que las distingue es el uso de una metodología única: lo que ellas denominan “la estampación por arranque” o «arranque mural», una técnica que combina el principio de transferencia característico del grabado y el strappo de la restauración de los frescos, que literalmente despega capas de historia de las paredes, como si desenterraran un palimpsesto físico donde múltiples escrituras coexisten superpuestas en un mismo soporte, escondiendo y revelando significados al mismo tiempo. De este modo, su obra puede ser vista como una relectura de la memoria, no lineal ni progresiva, sino fragmentada y acumulativa, donde las marcas de lo acaecido queda atrapado en los muros que son testigos silenciosos del paso del tiempo.

Su trabajo se sitúa en la encrucijada entre el arte conceptual y el arte de intervención, donde la investigación y el impulso archivista trata de documentar la presencia de la ausencia, el rastro humano y los signos del tiempo en objetos y lugares cotidianos. Gómez y González cuestionan las políticas de la memoria y el olvido institucional. Sus intervenciones en lugares de exclusión, abandonados o en proceso de demolición subrayan la dimensión política de la memoria, un tema que también es recurrente en el arte contemporáneo global. La capacidad de estos lugares para contar historias suprimidas o marginadas se convierte en el núcleo del discurso artístico, rivalizando con las narrativas dominantes y las políticas de «borrado» del espacio urbano.

CORRESPONDENCIAS  FRAGMENTADAS

Existe, en toda la producción de las artistas, una relación muy estrecha entre la memoria, el espacio y el tiempo, alineándose con la reflexión que presentan una serie de corrientes filosóficas que abordan la subjetividad y el devenir histórico; es por ello que podemos establecer vínculos con nociones como el materialismo histórico, la fenomenología y el constructivismo social, entre otras.

Esto se visualiza particularmente en proyectos como «Fins de cota d’afecció» («Hasta cota de afección»), realizado en la galería 6 del IVAM de Valencia donde “rascan” las paredes de la sala (más correcto sería decir que utilizan la técnica de restauración de la estratigrafía) rescatando los niveles o estratos de pintura que se fueron superponiendo en cada una de exposiciones de los últimos 30 años. Una labor que conjuga la investigación en los archivos, la intervención en la realidad física del espacio, enfatizando cómo en un lugar para la cultura — atemporal, imparcial y ecuánime, a priori— queda condicionado por contextos ideológicos, políticos y sociales de la ciudad y del propio museo. Esta relación entre la memoria impresa en los documentos y las huellas marcadas en el espacio a lo largo del tiempo construyen una identidad colectiva en la que se puede apreciar los diferentes diálogos culturales e interferencias de pensamiento.

Tal como defiende el materialismo histórico de Benjamin3, la memoria se convierte en escenario de lucha. La memoria es entendida no solo como un registro del pasado, sino como un espacio en disputa, una arena donde las fuerzas sociales y políticas pugnan por imponer sus versiones de la historia. En este sentido, se puede establecer un paralelismo con la noción del Angelus Novus del filósofo, donde el ángel de la historia contempla el pasado como una catástrofe acumulada de ruinas que el progreso pretende enterrar.

El proyecto «Archivo Casa Ena» es un claro ejemplo de rebeldía contra la ignorancia por omisión, en el que las artistas intervienen en la casa de Concha Monrás y Ramón Acín, fusilados durante la Guerra Civil española en 1936. Aquí, las huellas impresas en paredes y restos de mobiliario, las cartas y objetos se convierten en testigos de los horrores de la crueldad y el ensañamiento. A través de la estampación, el dibujo, la fotografía, el video y la animación se analizan los estratos de pintura y las capas de tiempo para hacer visible una historia de represión y violencia, pero también de resistencia y libertad.

Desde una perspectiva teórica, esta obra puede analizarse a la luz de las ideas de Maurice Halbwachs sobre la memoria colectiva4. Para el psicólogo y sociólogo francés, la memoria no reside únicamente en los individuos, sino en las estructuras sociales compartidas, incluidas las arquitectónicas. En este sentido, la intervención en la Casa Ena no solo busca revindicar y sacar del olvido la vida y obra del artista y su mujer, sino que también convierte el espacio en un archivo vivo de la memoria colectiva, en la que se entrelazan relatos personales y sociales con los acontecimientos políticos de un momento histórico.

Mención especial de los espacios que albergan conflictos son las prisiones y hospitales psiquiátricos donde Gómez y González intervienen mostrado las capas ocultas de memoria contenidas en los muros, rescatando el pasado desde una óptica crítica. El proyecto realizado en el antiguo Complejo psiquiátrico de Bétera (expuesto en el CCCC de Valencia con el título “De lo abyecto” o en la galería 1 Mira Madrid como “Espejos del mundo”), revelan las huellas de vidas y eventos que fueron suprimidos o deformados por las fuerzas del olvido institucional o político, lo que puede leerse como una intervención benjaminiana. En lugar de una historia lineal y progresiva, las artistas desvelan una historia estratificada, discontinua, donde cada capa de pintura esconde o anula la anterior, evocando la idea de que el pasado nunca se borra por completo, sino que permanece como un residuo latente. Este acto de desenterrar y conservar las huellas se opone a la noción del progreso como una eliminación del pasado, y convierte el espacio en un testimonio de la resistencia contra las narrativas oficiales.

Detrás de los muros de una cárcel o de un psiquiátrico, el encierro físico es una realidad innegable y forzada. Si bien la privación de la libertad de movimiento y control sobre el propio cuerpo es ya una experiencia dolorosa, la prisión de la enfermedad mental añade un grado extra de sufrimiento. Sin embargo, lo más devastador es el abandono y el olvido que acompañan al aislamiento social. En la intervención del psiquiátrico de Bétera, al trasladar las paredes de su lugar originario y recrearlas en el formato de las ventanas del edificio imponiéndolas de un modo acumulativo y seriado, las artistas están proponiendo liberar simbólicamente la memoria de todas aquellas personas que vivieron recluidas en la tortura de la locura, la marginación, el maltrato y la negación, tanto física como mental. Pero la reflexión no se detiene ahí; los fragmentos de muros en forma de ventanas, que permanecen cerradas al exterior, simbolizan una invitación al espectador para explorar la inmensidad de los territorios interiores. Animan a la introspección y el auto análisis como vías para comprenderse a uno mismo; pero ante todo, reclaman una forma de libertad más profunda: aquella que nace del pensamiento creativo y la imaginación, y que, a su vez, impulsa a prestar atención a los excluidos sociales, liberándolos de su soledad y su visión carente de panorámica espacial y temporal.

Las piezas artísticas actúan como un medio o dispositivo de liberación a futuro, ofreciendo resistencia y alternativas. Sin embargo, el modo de representar la violencia o las personas que viven el horror supone un planteamiento previo a nivel ético y estético. El arte ha tenido que lidiar con los tabús o, como ahora se denomina, lo políticamente correcto, que vuelve a enclaustrar en el estereotipo, censurar o simplemente arrinconar en el olvido lo que no conviene o se considera inaceptable. Gracias a la facultad del arte para corregir y reparar muchos de los supuestos “descuidos” sociales y políticos es posible mostrar circunstancias crudas y dolorosas de un modo que podamos mirarlo directamente. Las piezas de Gómez y González representan la poetización de situaciones que es necesario mirar y entender, eventos muy duros que consiguen exponer de tal modo que provoque el interés del espectador y no el rechazo; pero al mismo tiempo, los ecos que emanan del acierto del simbolismo y la formalización de las propuestas logran activar la crítica que incide en la profundidad de la narrativa.

Las piezas recabadas y reconstruidas del hospital psiquiátrico, entre las que se encuentran una instalación de espejos, películas abandonadas en el cine del complejo y los vaciados de las bañeras donde se procuraban los tratamientos, nos cuentan un relato real sutilmente asimilable para el espectador consciente al que se le invita a ser parte de la representación de lo visto y vivido intramuros. En este proyecto concreto de Bétera en realidad en todos los que las artistas han trabajado utilizan la representación de las vivencias dramáticas como un mecanismo regenerador que transforma esa experiencia en algo purificador, capaz de disolver el sufrimiento. Al observar el dolor ya vivido, se ofrece una herramienta útil para evitar repetirlo en el futuro. Las artistas han comprendido que, más que centrarse en personalizar el sufrimiento a través de individuos o retratos físicos, lo importante es captar la esencia de la experiencia, que queda impresa tanto de forma consciente como involuntaria, impregnando los espacios y objetos con su vibración.

Sin embargo, el concepto de abyección desarrollado por la filósofa y psicoanalista Julia Kristeva5 en su obra “Poderes de la perversión” (1980), está latente en la exploración del sufrimiento en este proyecto. Kristeva define lo abyecto como aquello que provoca repulsión y desasosiego, lo que rompe con las normas sociales y desestabiliza la identidad del individuo. Lo abyecto se encuentra en los márgenes de lo aceptable y toca cuestiones de exclusión, cuerpo y el miedo a lo que no puede ser asimilado. Las inscripciones anónimas, los arañazos y las huellas en los muros son testimonios de un sufrimiento colectivo que, según Kristeva, representa un tipo de abyección que la sociedad tiende a excluir. Al transformar estos muros en paisajes abstractos, Gómez y González hacen visible lo invisible: las vidas destrozadas por el encierro, la marginalidad y la locura. Este proceso convierte al espacio en un archivo del dolor humano, resonando en la memoria del espectador. El tratamiento de lo abyecto en esta obra no busca recrear el horror de manera explícita, sino transmitir la esencia del sufrimiento. Las artistas logran lo que Kristeva sugiere: la abyección se presenta como un eco de la marginalidad, un recordatorio de los límites de la identidad y la fragilidad del cuerpo. El espectador es confrontado con su propio miedo a lo abyecto, pero de una manera sutil, donde la representación no cae en la crueldad explícita, sino que permite una reflexión más profunda sobre la experiencia humana.

En sus intervenciones artísticas, Gómez y González transforman el espacio en un fenómeno vivido, en un campo de percepciones que va más allá de la mera materialidad de los muros. Su metodología nos remite a la fenomenología de Maurice Merleau-Ponty6, quien sostiene que el espacio no es simplemente un contenedor vacío, sino algo que se experimenta, se percibe y se habita. En esta concepción fenomenológica, el espacio está indisolublemente ligado a la experiencia corporal y a la memoria subjetiva. Los espejos, las bañeras, las películas, los registros fotográficos o los muros que las artistas arrancan y documentan no son solo restos ruinosos; son portadores de experiencias humanas, donde lo material y lo inmaterial se fusionan. Los espejos, que alguna vez reflejaron los rostros de los pacientes, ahora enfrentan al espectador con una realidad invertida, reconstruyendo las nociones de identidad y memoria. Esto enlaza con las teorías de pensamiento defendidas por teóricos como Paul Ricoeur7 sobre el constructivismo social, en las que la memoria no es un depósito de hechos, sino un proceso narrativo a través del cual los individuos y las comunidades configuran su identidad. Esta concepción establece que la identidad se moldea por medio del relato y la interpretación del pasado, lo que sugiere que el recuerdo es un acto creativo y no meramente un registro de eventos.

Por tanto, no se trata solo de un acto de conservación. El sufrimiento y la represión se transforman en superficies vivas, palpitantes, donde la percepción sensorial y la experiencia emocional del espacio oclusivo se hacen palpables. Esta exploración fenomenológica y constructivista del espacio lleva a una reconsideración de la arquitectura no como un objeto estático, sino como un proceso dinámico que encarna las historias de quienes lo han habitado. Esta aproximación se sitúa en oposición a la concepción cartesiana del espacio como extensión, pues aquí el espacio es un campo de interacción entre el sujeto y el mundo.

En este sentido, proyectos como “A la memoria del lugar”, que documenta la demolición de viviendas en barrios como El Cabanyal, pueden ser interpretados como un intento de rescatar las narrativas locales frente a la homogenización y la amnesia urbana impuesta por el desarrollo inmobiliario. La memoria de estos espacios no solo se encuentra en los relatos orales o los archivos históricos, sino en las marcas físicas que el paso del tiempo y las actividades cotidianas han dejado sobre los muros. Al rescatar estas huellas, las artistas actúan como mediadoras de una subjetividad colectiva, devolviendo a la comunidad una parte de su historia que estaba a punto de ser borrada.

Volviendo a los espacios de exclusión y control, me gustaría mencionar cómo en los proyectos d cárceles abandonadas como “Las siete puertas” o “Cell 560” no solo documentan físicamente estos lugares, sino que también los resignifican, poniendo de relieve la violencia estructural que representan. El testimonio de los presos, sus marcas y escritos, son rescatados por las artistas, creando un archivo visual que denuncia la deshumanización inherente a estos espacios.

En 2011, las artistas exploran las capas históricas y las marcas dejadas en los muros de la prisión de Holmesburg en Filadelfia, en el proyecto denominado “Depth of Surface”. Esta prisión, construida siguiendo el modelo panóptico de Jeremy Bentham8, representa un espacio de control y vigilancia, temas que Michel Foucault9 abordó en su obra «Vigilar y Castigar». En este texto, Foucault argumenta que la arquitectura del panóptico es un mecanismo de poder diseñado para ejercer control sobre los cuerpos a través de la vigilancia constante.

Las artistas se apropian de esta idea foucaultiana al rescatar los restos físicos y materiales de la prisión. En las intervenciones de arranque que transfieren a la estampa la información de los muros como «Second Skin» y «Marks & Scars», las paredes de las celdas se convierten en superficies que documentan el tiempo y el sufrimiento de los prisioneros, transformándose en una especie de piel que lleva inscrita la historia de quienes fueron confinados en ese espacio. Aquí, el concepto de «segundo cuerpo» de Foucault, en el que la sociedad disciplina el cuerpo a través de mecanismos invisibles de poder, cobra vida. Las paredes de la prisión no son solo barreras físicas, sino que contienen la memoria visual de los prisioneros, en forma de marcas, dibujos y restos de pintura. El espacio, entonces, es tanto una cárcel física como una cárcel de la memoria. Todo ello ha quedado registrado en series fotográficas como las denominadas “Detritus” y “Domus” y en un archivos sonoros en el que se lee lo que cada 15 minutos los funcionarios de prisiones debían anotar sobre lo acontecido en la unidad de aislamiento de la cárcel, apareciendo la monótona letanía que repite una y otra vez la frase “All appears to be normal”.

Los hospitales y prisiones sobre los que trabajan las artistas nos remite a la noción de heterotopía enunciada por Foucault, definida como esos «otros espacios» que son físicamente reales, pero que funcionan de manera diferente a los espacios ordinarios, a menudo como lugares de exclusión y disciplina, espacios cerrados en los que se materializan las estructuras de control social y operan las dinámicas de poder. Explorarlos implica no solo atender a los cuerpos que en ellos habitaron, sino también memorias y emociones. Las paredes de la prisión se convierten en testigos silenciosos, rescatan los rastros de los internos y se convierten en la representación del biopoder. Los muros no solo encierran, sino que también registran, de manera literal y metafórica, la relación entre el poder y los cuerpos. Este enfoque es especialmente relevante a la luz de la crítica de Foucault sobre el castigo moderno, que ya no se centra en el espectáculo público del cuerpo sufriente, sino en una vigilancia constante, un control invisible que se despliega a través de la arquitectura disciplinaria. Por un lado, las artistas consiguen que las memorias no se pierdan con la demolición y el abandono de las estructuras, al mismo tiempo que lanzan una crítica al tratamiento regulador de un sistema tendente a la deshumanización y homogenización que denigra al diferente aislándolo y anulando la subjetividad.

Las obras de Patricia Gómez y M.ª Jesús González trabajan contra la desmemoria convirtiendo el espacio en un nodo temporal en el que pasado, presente y futuro coexisten en una interacción dinámica de informaciones poetizadas, ofrecidas para deshacer inercias caducas y construir otras realidades.

NOTAS________________________________________________________________________________________________________________________

1.- DIDI-HUBERMANN, Georges: Lo que vemos, lo que nos mira. Buenos Aires, Manantial, 2014.

2.- RANCIERE, Jaques: El reparto de lo sensible. Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2009, Cap I y II. El concepto del reparto de lo sensible hace referencia a las complejas relaciones entre arte y política, donde el arte acoge formas de hacer y ser entremezcladas con el espacio, el tiempo y las formas de percepción. En relación con esta dimensión de lo sensible, Rancière define tres regímenes de identificación del arte: ético, poético o representativo y estético.

3.- BENJAMIN, Walter: “Tesis sobre la filosofía de la historia”, en Iluminaciones. Madrid: Taurus, 1998.

4.- HALBWACHS, Maurice: La memoria colectiva. Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004, pp. 27-30

5.- KRISTEVA, Julia: Poderes de la perversión. México DF, Siglo XXI editores, 2004, p.12.

6.- MERLEAU-PONTY, Maurice: Fenomenología de la percepción. Barcelona, Editorial Planeta-De Agostini, 1993, cap II.

7.- RICOEUR, Paul: Tiempo y Narración III. El tiempo narrado. Madrid, Siglo XXI de España editores, 2009, pp. 783-836.

8.- El modelo panóptico de Jeremy Bentham, ideado en el siglo XVIII, es un diseño arquitectónico de prisiones en el que una torre central permite a un vigilante observar a todos los prisioneros sin que estos puedan saber cuándo están siendo observados. Este diseño busca generar una sensación constante de vigilancia, que conduce al autocontrol de los individuos. Aunque Bentham lo concibió como un mecanismo de reforma y eficiencia, el panóptico ha sido interpretado críticamente como una metáfora del control social y la vigilancia en la modernidad, especialmente por Michel Foucault.

9.- FOUCAULT, Michel: Vigilar y castigar. México DF, Siglo XXI editores, 2004, pp. 138-179.

_____________________________________________________________________________________________________________________________

 

Enlaces de interés

Patricia Gómez y Mª Jesús González  

www.patriciagomez-mariajesusgonzalez.com

Ig. @pgomez_mjgonzalez

 

Share

La huella del ciclo. Marta Sánchez Marco

Susana Pardo

LA  HUELLA  DEL  CICLO

Marta Sánchez Marco

 

Marta Sánchez Marco, Artista visual, Serie The Phantom Bouquet, IAACC Pablo Serrano, Zaragoza, España IAACC Pablo Serrano, Zaragoza, España

Nos sumergimos en el universo de la artista Marta Sánchez Marco, donde la naturaleza se revela en su esencia más pura… y cruda; sin embargo, a través de sus manos, lo cruel y brutal se transforma en delicadeza, sorprendiéndonos con sus descubrimientos y soluciones cargadas de intención.

Ya sea presentándonos los propios elementos naturales, como semillas, ramas, hojas, flores o nidos, o a través de su representación en fotografías y dibujos, el trabajo de la artista enfoca su mirada y acción en una construcción personal y subjetiva que reduzca al mínimo los estragos de la transitoriedad.

Contemplar la naturaleza implica ser consciente de los ciclos. La vida y la muerte acechan a cada instante estableciendo relaciones de complementariedad, y quizá por ello, la existencia cobra sentido como proceso más allá de nuestro tiempo y nuestra consciencia.

En su trabajo observamos la necesidad de fijar en la memoria todas las etapas del ciclo, anclar el tiempo para que quede constancia de que las formas y colores, tanto como las emociones y acciones, son o han sido, que lo sucedido no se desvanezca; y de ese modo aceptar la ausencia o más aún, entender que el final de cada ciclo de vida no es la pérdida en el olvido, sino el inicio de otra forma de existencia.

Mirar de cerca

 

 

El silencio y la atención le proporcionan un estado donde puede desligarse del tiempo, el espacio y las causas, activando su cuerpo y mente en una suerte de meditación donde pensamiento y creación se funden llegando a ver al ser completo en la parte, o más aún al propio existir. Su manera de actuar refleja una profunda comprensión de la impermanencia de las cosas y la importancia de vivir en el momento presente. Inquieta y curiosa, se deja cautivar por el simbolismo y la magia de la naturaleza. Le atrae mirar las cosas de cerca, tanto como escuchar el sonido del campo y el agua; admira las formas y los colores cambiantes de las hojas y las flores; pero sobre todo, siente la necesidad de atesorar y coleccionar con esmero todo aquello que se encuentra en el suelo cuando camina entre los árboles o en las riberas húmedas de su querido río Ebro. En ese comportamiento, aparentemente despreocupado, está encerrada la sabiduría de la mente inocente, que se acerca a la naturaleza sin perturbarla, sin prejuicios, miedos o preocupaciones, lo que le permite explorar otras ideas y enfoques de manera genuina.

La huella de la experiencia vivida

Sus creaciones están íntimamente ligadas a conceptos que ponen en primer término el ciclo vital y la transformación, jugando con las dualidades aparentemente contrarias entre memoria y tiempo, vida y muerte, naturaleza y artificio, realidad y representación. Las piezas muestran un enorme respeto a los procesos de cambio y a la labor de preservar el conocimiento que encierra lo orgánico prestando atención a cada una de sus etapas. Muchas de ellas son el reflejo de una intención cuidadora y sanadora, cuya acción está dirigida a comprender que en el deterioro, el daño o el error hay una advertencia, un comunicado que es fundamental escuchar. Para lograr plasmar el devenir, emplea diversas estrategias creativas como recubrir elementos naturales con oro o plata antes de fotografiarlos, recuperar técnicas tan simbólicas como el arte japonés del kintsugi, que consiste en restaurar objetos con oro, o esqueletizar las hojas.

Inspirada en la reconstrucción de objetos de cerámica con oro, la artista ha puesto a prueba este material noble pero inerte, para “curar” y dar vida de nuevo a las hojas muertas o infectadas por hongos e insectos. Cubre las hojas en su totalidad o parcialmente, resaltando las roturas o agujeros con láminas de pan de oro. De esta manera, puede o no restaurar su forma original, pero nunca oculta las marcas del deterioro o la muerte, fijando así esa etapa específica del ciclo vital en el propio ser que en su momento “respiró”.

Las hojas afectadas son la metáfora del individuo herido y sus cicatrices representan la superación de la crisis y el trauma. El oro, símbolo ancestral de sabiduría y divinidad, interviene aportando la luz del conocimiento, prometiendo eternidad inalterable; pero ante todo, el oro ofrece un certificado de autenticidad revalorizando la huella de la experiencia vivida que quedará impresa en la memoria.

La naturaleza se muda en joya de una belleza incuestionable ofreciendo, además, un relato trascendental. La metamorfosis de la hoja, a diferencia de la mariposa cuyo origen es irreconocible, nos brinda la oportunidad de sobreponernos y reconstruirnos desde cualquier quiebre o golpe, obteniendo información fundamental para el futuro sin olvidar el pasado. El oro, en su dignidad y honor, transforma la imperfección, el error, el envejecimiento y la enfermedad en un verdadero aliento de vida para el espíritu.

En un universo mental y holográfico, cada ciclo contiene información útil extensible al resto de ciclos. Aprovechamos lo que está cerca para protegernos del sufrimiento y el miedo que causa la incertidumbre de lo desconocido. Resulta más fácil entender y manejar los ciclos pequeños que podemos observar y aprender de ellos. Quizá por ello, la artista mira lo cercano cuyas leyes, más accesibles y fáciles de comprender, serán válidas a cualquier nivel. Pero sobre todo, en lo próximo y similar nos manejamos con seguridad, podemos focalizar, investigar, construir y crear, hacer preguntas y entender las respuestas. Aunque la idea de comprender la muerte nos abruma, acercarnos a ella a través de la naturaleza y el arte nos permite vislumbrar un mundo diferente en el que, quizá, sería posible existir bajo otras condiciones. El contacto con el entorno natural y la creación artística es un reflejo amable de la realidad, lo que de alguna manera produce un efecto calmante frente al misterio de la existencia y la muerte.

Estructuras infinitas

En esa conexión, Marta puede ver donde parece que nada hay y comprender lo universal desde lo particular, desde lo ínfimo y cercano que se proyecta como un patrón universal. La naturaleza se reproduce en fractales, mostrando patrones geométricos repetitivos a diferentes escalas. Cada forma fractal es una representación única y autónoma de la belleza matemática en la naturaleza.

La idea de que un patrón o estructura pueda repetirse de manera infinita, tanto a nivel microscópico como macroscópico, me resulta increíblemente fascinante. La complejidad y belleza que surge de esta repetición fractal es algo que me hace reflexionar sobre la naturaleza de la realidad y la conexión entre todas las cosas en el universo. La dualidad entre lo idéntico y lo distinto, lo uniforme y lo caótico, se manifiesta de manera perfecta en la geometría fractal, recordándome que la armonía puede surgir de la diversidad y la irregularidad. La idea fractal me invita a contemplar la complejidad y la simplicidad, la unidad y la diversidad, en un constante juego de opuestos que se complementan y enriquecen mutuamente. En un mundo lleno de patrones fractales, la belleza y el misterio se entrelazan de manera intrincada, invitándonos a explorar las infinitas posibilidades que emergen de la repetición y variación de una misma forma en diferentes escalas.

En la serie “The Phantom Bouquet”, nombre que rescata de un tratado ilustrado del mismo título escrito en 1864 por Edward Parrish, un manual donde se describe los métodos sobre la recolección, secado y esqueletización de hojas. El proceso aquí relatado, reduce las hojas y pétalos a su estructura esencial; algo similar a lo que ocurre de forma natural por acción de los insectos cuando engullen la parte carnosa y verde de la hoja.

Arquitectura orgánica

En cualquier caso, solo sobreviven las nervaduras que son el esqueleto de las hojas, quedando evidente el patrón arbóreo que forman los canales por donde la vida fluye, en forma de savia cargada de nutrientes. Un molde repetido en todos los seres vivos incluido el planeta mismo: desde las raíces y ramas de los arboles, al sistema circulatorio que lleva el oxígeno a todos los tejidos o el sistema nervioso, cuyas neuronas se extienden ramificándose para conectar diferentes partes del cuerpo y transmitir información de un lugar a otro. Este patrón arbóreo también se repite en los bronquios de los pulmones, en los conductos biliares del hígado, en los conductos pancreáticos y en otros sistemas corporales, e incluso los ríos reproducen estructuras que se ramifican y confluyen para canalizar el agua. La estructura arbórea es la arquitectura orgánica, es por donde fluye la vida y lo que posibilita la conexión.

Es importante entender que lo orgánico se desarrolla en ciclos en espiral y nunca en círculos cerrados, es decir, los procesos vitales son recorridos que nunca acaban, (ni con la muerte) porque constantemente se está produciendo la transformación; de este concepto se derivan dos ideas que aparecen en la naturaleza (y desde luego en los seres humanos) y se reflejan en la obra aquí expuesta: en primer lugar saber que la información es holográfica o fractal, es decir, todo se repite; y en segundo término, el ciclo orgánico nos muestra la individualidad, que es lo mismo que decir que nada se repite. ¿Todo se repite y nada se repite? Es aparentemente una contradicción que colapsa nuestro pensamiento, imposible de resolver y, sin embargo, estamos inmersos en ella, la vivimos a diario, la paradoja creada por la intersección de infinidad de ciclos en procesos cambiantes es la base de la vida. A la memoria que respeta, estudia y potencia cualquier forma de vida le llamamos conocimiento, un conocimiento que se extiende y amplifica cuando explora todo su imaginario potencial. La representación de lo imaginado no es otra cosa más que el propio arte, la metáfora del ciclo vital que alberga lo contradictorio, lo complejo e impredecible. Y en medio de ese laberinto, el arte surge como formas que tratan de explicar y dar sentido, de expresar la paradoja, de crear belleza a partir del caos.

En el sentido en que Marta aborda sus creaciones, el arte es un acto de resistencia, una forma de rebelión contra la falsa impermanencia, contra la idea única de perfección y las relaciones lógicas entre causa/efecto. Nos invita a conectar con el entorno inagotable y misterioso desafiando nuestros prejuicios sobre la vida y la existencia.

Enlaces

www.martasanchezmarco.com

Ig. @martasanchezmarco

Share

29 Miradas

Susana Pardo

29 MIRADAS

¡Seamos realistas pidamos lo imposible!1

Foto Arancha Benedí

 

 

 

1.-Este subtítulo, como los siguientes titulares que aparecen a lo largo del texto, son consignas que se pronunciaron durante las revueltas obreras y estudiantiles en París en Mayo del 68. Aunque muchos de los eslogan se han ido asimilando en nuestro contexto cultural, parece evidente la necesidad de volver a repetirlos, aquí y en cualquier parte del mundo, tantas veces como sea pertinente para no olvidar que las libertades y la imaginación para crear no son propiedad privada de los poderes hegemónicos.

¡Prohibido Prohibir!

29 miradas es el título de un proyecto tan conmovedor como necesario que visibiliza el estado de esclavitud que viven las mujeres afganas en pleno siglo XXI. Artistas del mundo de la fotografía y la literatura se unen para componer una pieza conjunta que enumera todas las prohibiciones que encierran a las mujeres y niñas en la negación más absoluta:

No actuar libremente, no caminar por la calle a solas, no trabajar fuera de casa, no optar a ninguna formación, no expresar a través de la ropa, el calzado, el pelo o el maquillaje, no mostrarse en público, no hablar, no tener acceso a los médicos, no reír en voz alta, no participar en ningún medio de comunicación, no conducir, no montar en moto o bicicleta, no practicar deporte, no reunirse en fiestas populares, no ser creativas, no asomarse al balcón, no a la exposición pública como nombres de calles o imágenes en revistas. Sí a los maltratos por desobediencia, sí a la violencia, sí a los matrimonios forzosos, sí a la muerte de las insumisas.

Foto Beata Praska

Ante tal anulación, las fotografías, textos y poesías se manifiestan para ser los cuerpos, las voces, las acciones, los pensamientos y la sana espiritualidad de todas las mujeres a las que se les impide ser, existir y expresarse, por una autoridad restrictiva que se extiende e infiltra en todas las áreas y apartados de la cotidianidad, obligando y convirtiendo a las mujeres en fantasmas de sí mismas.

29 Miradas se conforma en una sinfonía de voces plurales unidas en una pieza única, cuyo objetivo común es la creación de espacios de libertad que contrarresten la fuerza de poderes basados en el miedo, la coerción y el control.

En un mundo utópico donde la organización política y social se basara en el ejercicio consciente y maduro, el poder alienante perdería su razón de existir. En ese escenario ideal, la libertad de imaginar sería fundamental, ya que la imaginación no conoce límites y permite observar la realidad desde perspectivas diversas. La participación en la construcción de espacios físicos y mentales sería una expresión de la libertad individual, que nos permitiría buscar quienes realmente deseamos ser. Sin libertad, la creatividad se ve coartada.

   

            ¡La acción no debe ser una reacción

                                           sino una creación!

Foto: Carlos Santana

Foto Carlos Santana

Foto Eli Joya

Y esta es la parte más interesante del arte, contribuir a entregar las claves para entender cómo la imaginación, la libertad y la creación van de la mano y son imprescindibles para la inspiración y el desarrollo del individuo y las comunidades. El ser humano es devenir y sin estas herramientas la vida no transcurre. Vivir implica estar en constante movimiento, evolución y transformación, ser consciente de uno mismo y del mundo que nos rodea, interactuar con otras personas, sentir emociones, tener pensamientos y tomar decisiones. El arte es el medio más amplio, flexible y tolerante del que dispone todo individuo para expresar cualquier mirada personal, idea y emoción, de cuyo espíritu deberían impregnarse las sociedades. El arte es un espacio de libertad creativa, independiente de ordenamientos externos a él. De ahí el miedo del fanatismo a que las mujeres se empoderen, porque solo desde la emancipación, la imaginación y el pensamiento crítico es posible construirse como personas capaces de resistir y contrarrestar cualquier forma de represión para crear otro mundo habitable.

                   ¡Imaginación al poder!

De este modo, la exposición 29 Miradas se presenta como una metáfora de un sistema social inclusivo, destacando la importancia de cada individuo en la creación de una imagen colectiva más amplia y significativa. Cada artista aporta su perspectiva única y subjetiva, fomentando la diversidad y el respeto en un proyecto que busca desafiar la imposición de discursos uniformes. A través de esta pluralidad, se pretende ser una herramienta amplificadora de todas las voces ahogadas.

Foto Begoña Osambela y Carlos Forcada

Paradójicamente, cada una de las prohibiciones enumeradas anteriormente acaba siendo el peor enemigo de quien las pronuncia, ya que provocan movimientos en favor de la libertad que pueden incluso acabar con censuras futuras imprevistas en el momento actual. Además, las prohibiciones no hacen más que alimentar la curiosidad y el interés por aquello que se quiere silenciar, lo que, normalmente, lleva a un efecto contrario al deseado.

La historia nos ha enseñado que no hay progreso sin libertad ni protección de los derechos individuales. Prohibir solo redunda en el estancamiento cultural y social; pero ante todo, produce un sufrimiento terrible y un daño irreparable en las personas.

                                                        ¡Bajo los adoquines, la playa!

En suma, 29 Miradas es un proyecto que no se cierra con unas cuantas exposiciones; se trata de una carrera de fondo que trabaja en un objetivo concreto en apoyo a las mujeres afganas. Sin embargo, pretendido o no, inocula una pequeña semilla libertaria en el espectador que puede fructificar en escenarios de lo más variados, expandiéndose hacia la construcción de un mundo más equitativo y justo, donde se respeten todos los derechos y libertades, abrazando y celebrando nuestras diferencias en beneficio de todos.

29 Miradas, Ginebra Siddal , fotógrafa, España

Enlaces

Más información sobre el proyecto 29 Miradas:

https://www.29miradas.com/

Proyecto expuesto en el IAACC Museo Pablo Serano

29 MIRADAS POR LOS DERECHOS DE LA MUJER AFGANA

 

Share

DOUBLE BIND. JUAN MUÑOZ (1953-2001)

Susana Pardo

DOUBLE  BIND – Juan Muñoz

«Solo desde cierta lejanía respecto al mundo real es posible abrirse a una comprensión lúcida del mismo; solo desprendiéndose de un mundo que se origina del derrumbamiento del mundo mismo en el que habitan las cosas y abriéndose a la revelación de vacío y a la consciencia de ausencia que sustenta ese mundo en el cual vivimos».

La memoria perdida de las cosas. Eugenio Trías

 

Double Bind es el título de la instalación que Juan Muñoz realizó para el proyecto Unilever Series de la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres en 2001. Ahora es posible visitar esta descomunal obra (de 155 metros de largo y 35 metros de altura, en origen) gracias al proyecto PLANTA de la Fundación Sorigué en Lleida donde ocupa una nave de 2.200 metros cuadrados en el centro del complejo industrial del Grupo Sorigué en un diálogo espectacular y fructífero entre empresa, actividad constructora, arte y espacio de conocimiento. 

Antes de nada, es importante reseñar el choque que provoca, al visitante urbano, el recorrido por el complejo Sorigué que nos conduce al lugar destinado a PLANTA. No se parece a nada conocido en los museos o exposiciones alternativas de las ciudades donde el espectador es mimado, domesticado y acostumbrado al confort de espacios climatizados y adaptados a escala humana. Sin embargo, aquí abruman las dimensiones espaciales, la soledad del lugar, los enormes tamaños de las dovelas de túneles que producen y aguardan para ser transportadas, el sol abrasador de junio o el viento frío que sopla en invierno en esta comarca a 20 minutos de la ciudad de Lleida; pero, sobre todo, desconcierta la frenética y tecnificada actividad que despliegan los obreros de la empresa junto a la inmensa puerta de acero de la nave que alberga la obra de Juan Muñoz.

La perturbación no desaparece al entrar en el frío y silencioso recinto. Todo aquí es a lo grande . Nos encontramos ante una sola obra, de naturaleza inmersiva, en la que hay que adentrarse, lo que significa que cualquier explicación o aclaración sobre la instalación queda sometida a la parcialidad que supone la experiencia personal y los límites del lenguaje para verbalizar emociones.

Nos enfrentamos, así, a una construcción arquitectónica de dos alturas. Una gran rampa en descenso facilita y dirige los pasos automáticamente hacia el nivel más bajo, aunque la persona que guía la visita nos encamina hacia la escalera central que lleva al piso superior. Al llegar arriba, una barandilla de hierro impide el paso y anima a la contemplación de un espacio vacío, minimal y muy iluminado (por claraboyas y luz artificial) que ocupa toda la sala. Hay unas piezas geométricas pintadas en el suelo que simulan huecos y otras que son auténticos agujeros que comunican con el nivel inferior. Al fondo se ve un ascensor que sube y baja constantemente, pero no es accesible. Nadie puede pisar el suelo, el paso está vetado. Poco más.

Bajamos a lo que parece un parking, una sala oscura con columnas, sólo iluminada por los huecos abiertos que vimos anteriormente. Pasear por aquí no es agradable, es una estancia fría en la que uno no se siente seguro, el miedo atávico a la oscuridad nos retrotrae a un mundo ancestral. Sin embargo, al mirar por los huecos luminosos del techo descubrimos lo más desconcertante de la instalación: existe un nivel intermedio, invisible desde la entrada y el piso más alto, donde vemos personas y viviendas. Pero, en realidad todas son del género masculino y parecen tener la misma cara, como si todos representaran a una sola persona. Miran hacia abajo, están sentados o en movimiento, pero no se puede saber qué hacen ni qué significa su presencia. Dos ascensores llegan al nivel más bajo, pero las puertas están cerradas, el acceso sigue estando negado.

El Título de la obra, Double Bind, cuyo significado sería doble vínculo, fue acuñado por el antropólogo Gregory Bateson en su artículo Hacia la teoría de la esquizofrenia1, para describir cómo el cerebro responde ante una comunicación donde se reciben mensajes contradictorios. Bateson considera que, en este tipo de situaciones de paradoja, si el conflicto persiste y la persona no puede resolver situaciones de presión (por ejemplo el niño del que se mofan o abusan por tímido, hasta que estalla en un ataque de violencia y entonces es reprendido) se podría llegar a desarrollar una esquizofrenia sin que exista ningún tipo de disfunción cerebral. Este es un punto inquietante, cualquiera de nosotros podría traspasar la imperceptible barrera de la locura y dejar de ser ese yo perfecto, racional y sensible capaz de controlar lo que es y lo que le rodea.

Y es en este punto desde donde parte el artista: la esquizofrenia que padecía su hermano; una patología que afecta al pensamiento, la percepción, las emociones y la conducta, una enfermedad en la que se pierde el contacto con la realidad y produce una gran incomunicación. Encierro, soledad, aislamiento, desconexión, quedan certificados en esta pieza donde hay tres niveles inaccesibles entre sí. Solo es posible el contacto visual en dos de las partes que podríamos llamar sótano y entresuelo, pero no la verdadera relación ni la intimidad emocional.

Al profundizar en la exploración de la disfunción cerebral de la percepción y la comunicación, el artista se adentra intuitivamente en un lugar mucho más recóndito donde conceptualiza sobre la división más intensa y trascendental que vive el ser humano: la producida entre la conciencia humana y el misterio que habita; la curiosidad impulsa al individuo a dirigirse a ese territorio esencial, desconocido e inaprensible, pero el acercamiento a una información que no se es capaz de gestionar, puede producir un fallo del sistema sensorial e incluso el colapso cerebral, ya sea por exceso o complejidad. Es por esto que Muñoz coloca de forma racional tres niveles: uno inferior o sala de máquinas, único lugar por donde los visitantes pueden circular, es el espacio más oscuro y, como en la caverna de Platón, es el lugar donde la vida se desarrolla; un segundo nivel, es el que habita el esquizofrénico y el artista (todos los rostros de las figuras son reproducciones del hermano enfermo del artista excepto una que es copia de la cara de Muñoz), como arquetipos de aquellos que pueden salirse de lo racional. El loco ha perdido la percepción objetiva de la realidad por su patología y el artista se deja llevar por la intuición en el proceso de creación para abandonarse a sí mismo, para que la parte racional no interfiera al contactar con lo que desconoce. El artista es un guía, un intermediario chamánico que obliga a los habitantes del piso inferior a mirar hacia arriba, les llama la atención y les impone la mirada sobre ese lugar inaccesible físicamente pero que se puede descubrir a través de la mente y el espíritu.

 

Quizá, es más acertado pensar y recrear una realidad sobre lo que se observa desde abajo que dejarse llevar por lo que vemos en el tercer nivel superior. El piso más alto, el más iluminado, es intransitable, desde la barandilla no se tiene perspectiva suficiente para ver a través de los huecos; pero además lo percibido es falso, la mente es engañada con trampantojos que confunden entre realidad y ficción. Este es un espacio misterioso del todo, se manifiesta inmenso e impracticable, sólo se tiene acceso a través del loco y del artista que se han colocado en el intermedio como etapa vehicular que nos puede llevar a una unión con lo que nos es desconocido y vetado por los sentidos a los habitantes de la caverna. Este nivel superior se manifiesta como metáfora de lo trascendental, «ese espacio abismal, ese espacio sin lugar»²​ al que no se puede llegar físicamente (los ascensores no se abren, las barandillas cortan el paso) que deviene en un área de conocimiento conceptualizado y, más que nada, se manifiesta como la posibilidad intuida de lo espiritual.

NOTAS______________________________________________________________________________________

1. BATERSON, Gregory: Hacia la teoría de la esquizofrenia. Buenos Aires, Almagesto-Rescate, 1991, pp 17-47.

2. TRIAS, Eugenio: La memoria perdida de las cosas. Madrid, Mateu Cromo Artes Gráficas, 1988, p 10.

Share

PASEOS ENTRE EL TIEMPO Y LA MEMORIA

Susana Pardo

PASEOS ENTRE EL TIEMPO Y LA MEMORIA 

ANA ESCAR PUISAC 

Las obras de Ana Escar rezuman el gusto por el acercamiento a las pequeñas historias. Disfruta “escuchando” los relatos que encierran los objetos y elementos del pasado de su entorno familiar tanto como de la contemplación de la naturaleza que le rodea: los sonidos, las narraciones y los silencios resuenan en ella provocando emociones que plasma en formas, colores, texturas, palabras y frases; pero sobre todo, experimenta una doble emoción cuando proporciona a los objetos rescatados del olvido una nueva vida en sus pinturas y collages.

Hay tanta honestidad en su trabajo artístico que no parece posible desligarlo de su propia historia, un relato que va construyendo en las piezas al mismo ritmo que su propia vivencia. Una vez más se puede comprobar cómo arte y vida van de la mano, pero además, en la artista se relacionan y realizan de un modo no invasivo. Siente un respeto enorme por la intimidad de lo sencillo y la memoria de lo aparentemente intrascendente.

Ana habla sosegada y suavemente, como si no quisiera perturbar el aire que le rodea con una vibración salida de tono. No hay impostura, solo armonía y cuidado, un equilibrio en la entrega que convierte cada pieza en un lugar de calma; y este es precisamente el título de la exposición que realizó en 2021 en la librería Anónima de Huesca, donde se recopila una parte muy significativa de sus series: Nuevos tiempos, realizada durante el confinamiento, Elegí reír, Raíces y ramas o la pieza Asomarse. El teórico del arte Ranciere habla de la facultad que tiene el arte, del mismo modo que la naturaleza, de suspender el tiempo, es decir, de obligarnos a parar cualquier actividad que no sea la de contemplar ese paisaje cautivador o esa obra de arte; cargados ambos de un inmenso misterio al que llamamos belleza, un concepto aparentemente común en nuestra cultura y que todos entendemos y, sin embargo, tan subjetivo y complejo de definir en el arte.

Asomarse, 2020                                                        Yeso, pinturas de madera, calco y acrílico sobre madera 40 x 90 cm

«En Asomarse invito al espectador a transitar los caminos que la propia obra ofrece. Son muchas piezas cuadradas que al unirse dan la sensación de baldosas de cerámica aunque es yeso lijado sobre madera, cuya textura incita a tocarlas y tratar de descubrir qué hay detrás de ese material.»

 

Cuidado es una palabra que podría representar el trabajo de Ana Escar. Etimológicamente deriva del latín cogitatus que significa pensamiento; la definición que proporciona la RAE en su primera acepción es: «solicitud y atención para hacer bien algo», con sinónimos como esmero, celo, vigilancia, meticulosidad, etc. En el proceso cuidado de realización de las piezas se evidencia el pensamiento en su sentido más profundo y ancestral del término, cada obra es una reflexión con una intención y una idea trabajada con esmero y responsabilidad. Este cuidado en la concepción conceptual continua en el propio desarrollo técnico y elaboración de las obras, lo que implica un trabajo artesanal en el que tomarse el tiempo vital y el ritmo que cada proyecto requiere. Pero también cuidar nos remite al término curare, palabra latina que significa cuidar en el sentido de sanar y ocuparse de alguien.

Es en esta intersección conceptual donde encontramos las obras de Ana Escar en un equilibrio terapéutico entre el amor a la naturaleza, el respeto y la atención a la memoria, la armonización de los colores y la claridad de las formas.

En sus piezas reina la mesura, concede el espacio cuando es necesario o ahorra en recursos superfluos. Hay equilibrio y proporcionalidad en la entrega y una conexión espontánea y franca entre la naturaleza y el otro, de tal manera que sus abstracciones se relacionen con flores, las geometrías se suavizan para volverse orgánicas y las frases se comportan como ejes comunicantes de sentido vital.

Los colores habitan el espacio vacío sin el peso de la soledad y junto a los objetos, telas, bordados, latas, papeles, anotaciones y demás elementos forman una nueva memoria donde es posible disfrutar y saborear la nostalgia de las huellas del pasado que no se interpretan como ausencia, pérdida o desdicha sino, más bien todo lo contrario, sus piezas representan un reencuentro, una nueva forma de interactuar, un espacio para la confluencia del tiempo.

En esa confluencia de tiempos y espacios, das una gran importancia al silencio para escuchar y pensar, a la naturaleza para inspirarte, a la curiosidad por las historias de tu entorno. ¿Qué valor o peso tienen para ti el pensamiento racional y la intuición a la hora de crear? ¿Cómo basculas o equilibras ambos recursos?

«Para mí, a la hora de crear, tiene casi el mismo peso la conceptualización como la intuición. Son dos formas de afrontar el trabajo aparentemente diferente y, sin embargo, lo uno es consecuencia de lo otro.

La mayoría de los proyectos en los que me embarco comienzan desde un pálpito o una clarividencia de algo que te pellizca y que te hace continuar queriendo dedicarle tiempo y reflexión, para que, seguidamente, pensar de un modo más meditado y racional me indique si quiero continuar y merece la pena.

Creo firmemente en hacer caso de la intuición y aplicarla a la creación. El mundo del arte es un camino precioso, de mucho disfrute, pero al mismo tiempo también es arduo, difícil. Te enseña que la paciencia y la constancia son dos características necesarias para continuar y que la intuición es el guía que va marcando los pasos a seguir.»

Me parece muy pertinente el término que acuñas de clarividencia, ese destello que te hace, en un momento dado, ver con claridad cuál es el viaje a realizar, hacia dónde dirigirse o qué sendero/s escoger. Partiendo de la intuición y la perseverancia en el trabajo, convocas a la “Calma” y con títulos como Pido tiempo, La libertad es para usarla o Lee despacio y aprenderás mucho ¿cómo incorporas la amplitud del tiempo y el espacio en el día a día y en tu práctica artística? ¿qué te proporcionan a la hora de pensar o concebir las piezas?

«El mejor tándem para crear es tener tiempo, un espacio amable y poderlo hacer desde la tranquilidad. Para mí es algo necesario y siempre buscado, es una reivindicación constante conmigo misma a lo largo de los años.

Mi manera de trabajar está muy ligada a la conciencia del tiempo, a los procesos de trabajo y a parar para poder mirar lo que sucede a nuestro alrededor.

Vivimos muy rápido y esa celeridad es la que a veces no nos deja disfrutar con lo que hacemos. Hoy en día tenemos muchos condicionantes económicos, sociales…que nos hacen desviarnos de lo que realmente queremos y somos. Por eso, en mi caso, la producción artística me coloca en un lugar de verdad, me ayuda a reflexionar sobre lo importante y es la plataforma desde donde expreso necesidades, quejas, tanto individuales como colectivas.»

Otro eje fundamental de tu trabajo es la recuperación de la memoria, muy evidente en los collages, en la serie “Raíces y ramas” y tu último proyecto titulado “Pulsión Botánica: de Blanca Catalán de Ocón a Ana Escar”; una investigación en la que, me parece, todavía estás trabajando y que ha participado en la exposición Maravilla en el CDAN de Huesca y en el Museo de Teruel. Se trata de una exploración muy especial para ti, ya que te ha permitido bucear en la historia de la primera botánica española, Blanca Catalán de Ocón, reconocer su estudio y aportación a la ciencia. Pero, además de recuperar a personas extraordinarias, también te ocupas de los relatos de la gente corriente, historias ignoradas aparentemente nimias e irrelevantes, aunque cargadas de emociones y sabiduría popular. ¿Hasta donde es un ejercicio de reparación de la memoria y rescatar del olvido, o mas bien se trata de conocer el pasado de uno mismo para conocerse o encontrase en ese recorrido?

«La memoria nos permite entender lo que somos y comprender a las personas que nos rodean. Es un ejercicio de historia, de reconocer el trabajo hecho y de dar importancia a lo vivido en cada época.

Hace unos años tuve la suerte de disponer de tiempo y poder dedicarme a recopilar documentación de mi familia y convivir con objetos que formaban parte de su vida cotidiana. Fue entonces cuando comprendí la importancia de escuchar, de preguntar y aprender del pasado.

Esas vivencias las trasladé al mundo del arte. Fueron años en donde utilicé parte del material recopilado en diferentes series de pintura y de collage y que aún hoy, de vez en cuando, vuelvo a utilizarlo en nuevos proyectos.

En el caso del trabajo realizado sobre Blanca Catalán de Ocón ha sido diferente. Este fue un encargo del CDAN, Centro de Arte y Naturaleza de Huesca y que me ha llevado a realizar una investigación sobre esta naturalista de finales del siglo XIX, cuyo trabajo botánico lo llevó a cabo en la Sierra de Albarracín, más concretamente en el Valle del Cabriel.

Comencé de cero y poco a poco me fui adentrando en su vida a través de textos y conversaciones con personas conocedoras de su historia y llevándome al terreno artístico temas que nos son comunes, como el amor por la naturaleza, la vida en el campo o las plantas.

Además, Blanca me está llevando a conocer esos parajes turolenses donde pasaba largas temporadas con su familia, a ver de cerca las plantas que estudiaba, a escuchar el río al que tanto echaba de menos cuando estaba lejos y a perderme por los caminos que seguramente ella transitaba.

De alguna manera estoy unida a ese lugar a través de la memoria de ella y que, como consecuencia, me está llevando a compartir tiempo, conocimiento y experiencias con los vecinos del valle, personas que de manera generosa me cuentan su memoria y su presente.

Son viajes que me están enseñando a que el equipaje tiene que ser más ligero y que la palabra compartir tiene mucho peso.»

La serie “Raíces y ramas” habla de conectar con la tierra, la familia y el pasado, en definitiva, prestar atención a la raíz o a aquellos paisajes de la infancia ¿sientes que esa vuelta constituye un anclaje o una liberación?

«Lo pienso más como un anclaje que como una liberación, pero donde el anclaje no actúa como algo definitivo sino como un proceso evolutivo. Me explico: esta serie habla de nuestras raíces, de esos lugares en donde nos reconocemos. Y habla también de volver a ellos, de habitarlos tiempo después.

Hay algo que nos identifica con los parajes, sus gentes y las costumbres. Y eso es algo que nos ancla al lugar y hace que nos sea más fácil estar. Pero también cuento lo difícil que es, a veces, intentar cambiar ciertas cosas y pretender que haya una evolución en el tiempo, en el pensamiento. Es allí donde hago referencia a las ramas. Ramas como metáfora de crecimiento, de vida, de apertura.»

El tercer pilar de tu ideario lo constituye la parte textual. Ya sea en los títulos o en las propia piezas constituye una parte conceptual que estructura tanto o más que los colores, elementos o formas. ¿De donde surge la necesidad de incluirlos en las piezas? ¿sirven de guías al espectador? O tienen una función poética, como una pincelada más junto a colores y formas?

«Sí, efectivamente, las palabras tienen un gran peso en mi obra y son protagonistas principales en muchos de mis trabajos y de sus títulos.

Utilizo el lenguaje como apoyo, como afirmación, como el complemento perfecto para dejar claro lo que quiero transmitir. Es una forma de reivindicación que funciona de manera muy visual, que tiene un poder muy directo y es una manera de ayudar al espectador a que entienda mejor lo que quiero trasladar.

Pero también lo escrito en mis piezas actúa de manera poética entrelazándose con el resto de materiales y buscando siempre el lugar adecuado según el valor que le quiera dar. Por ejemplo, cuando quiero que la palabra actúe con contundencia, la coloco en espacios neutros, vacíos, de manera que la vista se va hacía ella de manera muy directa. En cambio, cuando busco que sea solo una pista de algo más importante, la sitúo en lugares con más información.

Para mí la palabra es comunicación, es transferir los pensamientos, las sensaciones a quien esté dispuesto a recibirlo.»

La serie “Elegí reír” es muy sugerente: las abstracciones orgánicas, como flores en las que domina el rojo, símbolo de vida, energía y pasión, quedan delimitadas por las geometrías rígidas del papel sobre el cartón y otras más tímidas, pegadas como esparadrapo o tiritas redondas como si trataran de cubrir una especie de heridas, pero que en el fondo son pequeñas o poco profundas. A veces hay que tomar decisiones fundamentales, o no tanto, pero en cualquier caso atreverse a tomar un camino y desestimar otros puede conllevar un cierto sufrimiento. ¿Hasta dónde uno puede decidir dejar de sufrir y qué descubres en ese recorrido? ¿Cómo te ayuda el arte en la forma de afrontar las decisiones y cómo aplicas ese conocimiento a la creación?

«Pienso que la vida es un camino constante de toma de decisiones, de más o menos importancia en función de lo que nos suceda y en dónde tenemos que aprender, que, en ocasiones, ese ejercicio lleva implícito cierto sufrimiento, temporal o no, pero que es necesario para avanzar y ayudarnos desde la individualidad, a ser más coherentes con nosotros mismos.

El título de la serie “Elegí reír”, surgió como respuesta tras un momento de tristeza. Fue un ejercicio de plasmar sobre el papel decisiones tomadas, necesidades, una combinación de imágenes alegres con palabras y frases que surgían desde lo más profundo.

En esta ocasión, como en muchas otras, el arte me sirvió como vía de conocimiento personal, algo que surge de manera natural, es necesidad.

El arte es reflexión, es una manera de canalizar las decisiones, los sentimientos… y donde el miedo a mostrarte desaparece convirtiéndose en esencia, en verdad.»

Enlaces

@ana_escar_puisac

 

 

Share
Translate »